jueves, 29 de noviembre de 2007

mi mardición

Mire hacia abajo y vi como la batalla continuaba, los ángeles y los demonios que se abatían mutuamente por la búsqueda de justicia que habíamos invocado. Cuanto dolor nacía de la búsqueda de justicia, cuantos más morían por el hecho de que una vez más los humanos nos habíamos fallado mutuamente.
A mis pies caían los cuerpos y yo sentía sus aullidos de dolor al caer muertos. Todo eso era mi culpa, yo había ocasionado esta batalla y las muertes eternas que se estaban sucediendo pesarían sobre mi alma eternamente. Dentro de mí estaba la lucha entre una parte que sentía que ella lo valía, y una que pensaba que era demasiado el dolor que se generaba y que el perdón hubiera sido mejor.
Viendo tanta muerte entre seres de luz, entre seres que pudieron ser eternos sin nuestra intervención; recordé una de las frases que ella siempre decía: “Les larmes song le sang d l’âme”. Y mi alma empezó a sangrar, esas lágrimas empezaron a caer sobre el campo de batalla. Una de ellas golpeó en el rostro a uno de los generales, lo que lo hizo voltear y casi le cuesta su vida.
Viendo eso que habíamos invocado, comprendí el verdadero sentido del sacrificio que requería ese ritual realizado. Y lo único que pude sentir fue culpa, a pesar de lo que sabía me iba a ocurrir después que esta batalla terminara sentí fue culpa y no miedo.
De mis labios se deslizaron en un susurro primero, y luego en un rugido, las disculpas que me sabía: “gomenasai, perdónenme, pardon me, lo siento…” Y ellos no parecían siquiera escucharme, no parecían saber que estaba allá. Y fue cuando caí en cuenta que todo era parte del juicio todavía, que esta era la visión que mostraban los jueces infernales.
Detrás de mí escuche la voz del minotauro, que en un gruñido o dos me, dijo que esos recuerdos serían mi condena, que vería esas imágenes en mi sueños y al cerrar los ojos por la eternidad. Para los demás vendría ocasionalmente el olvido o la muerte, pero yo debía ver los ángeles y demonios caer en mi mente hasta el día de la batalla final donde sería carne de cañón para uno de los lados.
Y así desde ese día mi alma se ha venido desangrando lentamente todas las noches, y todos los días les recuerdo a ella y a los ángeles que murieron en nombre del amor perdido.

1 comentario:

Karla Pravia dijo...

Nadie te hace desangrar, sólo uno mismo es capaz de permitir que otros te hiera. Tu tienes el poder de detener el desangrado sólo cuando aprendes cuál es tu valor y no permitir que nadie más no respete y valore tu esfuerzo... Saludillos!