sábado, 22 de noviembre de 2008

todo por un amigo IV: el gambito de amistad

Por primera vez en tres años estaba teniendo un sentimiento humano, por alguna razón el estar sobre la espalda de su antiguo compañero de clases le despertaba un sentimiento de nostalgia. Algo que no podía controlar en su interior se revolvía mientras el olor del sudor de su montura le despertaba el hambre que sentía en ese momento, pero no quería hacer que las cosas se fueran de control.

A pesar de que sabía que iba a pensar José, no pudo dejar de apoyar la cabeza sobre el hombro del joven y dormirse sintiéndose seguro a pesar de todo; estaba jugando con fuerzas muy poderosas y peligrosas, sin embargo algo del sentirse unido a quien fuera un amigo, y tal vez todavía lo fuese, le decía que nada iba a pasar.

Tras unos diez minutos se despertó de su larga, o por lo menos para él, siesta; era el equivalente a dormir cuatro horas para él, pero estaba ya repuesto para hacer el ritual para el que había armado todo.

Les guío a los 7 muchachos al punto del hotel al que nadie entraba generalmente y que los locales solían llamar el salón de las animas; del que se decía salían los más horribles lamentos de dolor. Dentro se hallaba un sarcófago de oro con un cuerpo de un joven con la piel de oro. Apoyado en los puntos del chacra del cuerpo del joven estaban siete dagas de piedra y siete espejos de obsidiana.

Les dijo a los 7 sacrificios: “ahora comienza el precio que deben pagar por la vida de un amigo, pronto entenderán que a pesar de lo fácil que pareció revivir a un amigo nada es lo que parece. Tomen una daga y corten su pecho, quiero que pongan una gota de su sangre en el espejo que está al lado de la daga.”

Todos se quedaron viendo con cara de estupor, no entendían para que quería que dejaran sangre cobre piedras; menos aun entendían lo que era un espejo negro. Tras unos momentos el primero de ellos tomó la daga, y la apoyó sobre su pecho para después con un breve movimiento abrir una pequeña herida en su piel. Puso la gota de sangre en el espejo, los otros le siguieron sin todavía entender lo que se supone debía suceder.

Una vez que todos lo hicieron, fueron atados; necesitaba que ellos no se movieran mientras llevaba a cabo el ritual; yo sacrificaba también algo en este momento y no podía arriesgarme a que uno de ellos intentara escapar debido al miedo.

Con todo listo, me corté la mano derecha y coloque unas gotas de mi propia sangre sobre los labios del joven dorado; él era mi amigo y mi mentor el en mundo de la noche. Me senté a la cabecera del ataúd y empecé a recitar la agonía de la muerte, ese salmo prohibido a los seres de la luz como nosotros. Una luz verdosa surgió de los espejos, y fue envolviendo uno a uno a los 7 humanos; ellos eran los sacrificios para revivir a un ángel una vez que es desterrado, pues los Ángeles vivimos de la muerte que nos ordenan sembrar.

Cuando la luz tocaba la herida de alguno comenzaban a gritar de dolor, pero no se trataba de un dolor físico; era el peor de los dolores, el dolor de ver ante tus ojos el peor de tus miedos materializados. Lo sé porque a pesar de ser el último en verlo la luz me mostró mi destino final, voy a morir sólo y ninguno de los que fueran mis amigos en otra epoca me recordara.

Tras unos veinte minutos de gritos la luz se fue tornando azulada, y luego oscureciéndose hasta ser una llama casi negra. El cuerpo de mi amigo cobró vida, y los gritos cesaron. Había tenido éxito en devolver la vida a dos personas en una noche, pero no todo estaba terminado. El demonio que era mi amigo, un ser llamado astaroth, tenia hambre de sangre y si no comía podía morir de nuevo.

Se lanzó sobre el primer joven, y comenzó a pasar la lengua por la herida antes de agrandarla con la uña; era para él algo divertido el oír como chillaba el joven humano. Fue repitiendo la operación con varios de ellos, bebía de las heridas y las cortaba un poco más; pero los dejaba vivos, sabía bien que matarlos por ahora le podía perjudicar.

Cuando fue a tomar a José me interpuse entre ambos, no quise dejar que sucediera; le dije que él era mío y no lo quería compartir.

Me lleve a José aparte, y a pesar de que una parte de mí quería morderle el cuello me puse a hablar con él. Le expliqué todo lo que acababa de pasar, y que ya ninguno de ellos sería el mismo. Luego hice algo que no puedo entender todavía la razón, le pedí disculpas por lo que le hice.

“sé que me odiaras mañana cuando vuelvas a estar consciente, pero quisiera que me dijeras hoy que me perdonas por condenarte eternamente; tu amistad me resultó muy valiosa siempre, y sé que ese es el precio que estoy pagando por lo que conseguí hoy. Si supieras que a pesar de que soy un demonio no somos tan diferentes, ambos estuvimos dispuestos a sacrificarlo todo por un amigo; pero sólo yo tuve que entregar un tesoro a cambio.”

Dicho esto mordí su cuello y se desvaneció en mis brazos. Él no llegó a darme el perdón, y ahora ya no me habla. Todo lo cambié en una noche por la vida de un amigo, sacrifiqué mi único nexo con la humanidad por traerlo de vuelta; lo dimos todo por un amigo.