lunes, 12 de noviembre de 2007

La muerte del poeta


Se levantó con el sudor recorriéndole la cara, sabía que había sido sólo un sueño, el dolor se sintió real a pesar de ese conocimiento. Seguía sintiendo que nada estaba bien y que quería hacerse daño… de alguna manera el sentimiento de frustración era real, pero afortunadamente conservaba su dentadura completa; o tal vez no.
Notó que había algo de sangre sobre la almohada, y con la lengua intentó comprobar que todas sus muelas se encontraran en su lugar. Recordó como en el sueño había tomado unas pinzas y se había arrancado las muelas, el dolor que esto le causaba y la manera como se sentía tan agradable e incómodo a la vez.
No podía perder tiempo en darse así mismo una explicación de porque andaba sintiendo esto, tenía como siempre las responsabilidades que cumplir para ahorrarse un poco de las molestias de tener que escuchar a los demás quejarse de lo que no hizo… así sólo tenia que escuchar las quejas de lo que sí hizo, pero no a la manera como ellos querían que lo hicieran a pesar de que ambas maneras eran efectivas; y la que él utilizó era en realidad más productiva.
Se metió a bañar y salió a tomar un frugal desayuno, tenía que apurarse para llegar ese sitio que había llegado a detestar.
Tomó el bus para ir a la única clase de ese día, sabia que era un crimen hacer que se parara a las 6 de las mañanas un sábado para estar dos horas encerrado en un asqueroso salón con un poco de gente que no soporta. Ese era el significado de las responsabilidades, de ser parte de una sociedad que valora los papeles que te “acreditan” y no el conocimiento real. Sintió dentro de sí las palabras que le había dicho aquel extraño lobo que lo había guiado en un tiempo: “La soledad será un día tu mejor amiga, pues un día habrás visto el rostro real de las personas y ya no querrás verlas más”. En ese momento pensaba que esa opción era agradable, olvidar la sociedad y ser un lobo solitario.
Dejó que pasara el tiempo, soportó de alguna manera el tener que andar en esas actividades que despreciaba. Sentía que odiaba el mundo entero, que de verdad lo odiaba todo, y que de seguir así pronto buscaría la manera de destruirlo todo. Llegó a su casa con la vana esperanza de poder descansar de lo que sólo podía alimentar su amargura, pero como siempre pasa cuando más necesitas estar en paz menos paz puedes recibir.
Sólo abrir la puerta y fue escuchar las mil y una preguntas sobre el funcionamiento de algo, sobre lo que opinaba sobre un tema que de verdad le parecía una perdida de tiempo y que sus interlocutores no entendían que no quería hablar sobre ello, el constante ruido del trafico, y de alguna manera las miles de conversaciones que ocurrían diez pisos más abajo. Sentía que se estaba volviendo loco, y en eso tenia razón; prueba de ello era el llamado de los lobos que escuchaba.
Ninguna de las maneras en que normalmente se calmaba estaban a la mano, la computadora se encontraba ocupada, el lapicero no aguantó ni a que lo terminara de tomar antes de disparar la tinta encima de su ropa, no le dejaban escuchar música por tantas veces que lo interrumpían. No podía gritar porque iba a tener que aguantar como tres meses seguidos del mismo reproche, sino hubiera roto sus pulmones a base de gritos. Para completar el cuadro perfecto para acabar con su paciencia, el calor que hacia no era normal y tenía que escuchar como los demás se quejaban de eso y le preguntaban cada cinco minutos: “hace demasiado calor, ¿verdad?”
El día entero lo pasó de esta manera, pues cuando intentó salir se desató un aguacero de padre y señor nuestro y no pudo hacerlo. Cuando llegó la noche, su mente formulaba imágenes de sangre y muerte, ya se encontraba fuera del alcance de las maneras como se relajaba. El cuchillo que tenía en su closet le parecía cada vez más atractivo, le estaba llamando, incitándole a usarlo sobre su piel. Pudo resistir ente llamado por un espacio de unas dos horas, pero a eso de las 9 de la noche cedió ante el.
Se sentó en la computadora, narro en tercera persona su día y empezó a carbar en su piel con el cuchillo. Era tan agradable hacerlo, sabía que un poco de dolor es a veces el mejor remedio para los problemas, pero no podía dejar que se rebasara un limite, o sí… se entretuvo sintiendo como el cuchillo pasaba por su piel , rasgándola, dejando libre toda la belleza roja que contenía su cuerpo.

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