viernes, 18 de abril de 2008

enfermo placer

Cuan suave me resulta tu piel, como es de fácil pasar por ella. Con estas palabras comencé mi ataque a esa persona, era tan natural la manera como lo hice. Todo era tan normal para ambos, él y yo entendíamos perfectamente lo que pasaba y lo que significaba el hecho de lo que iba a suceder. Ambos aceptábamos que eso era una realidad.

Se quitó la franela, la luz del sol incidió sobre la blanca piel de su pecho y se hizo evidente cuan joven era en realidad. Pude darme cuenta de la falta de experiencia, de lo que le faltaba por vivir y de lo poco que sabía realmente de este mundo. Nada de eso importaba en este momento, él me pertenecía y era lo único que debía ser pertinente considerar en ese momento. Ese torso desnudo frente a mí era para que yo disfrutara de la manera que yo quisiera.

Me di un momento para contemplar ese regalo que tenía frente a mí, no lograba creer que fuera a lograr tener algo así. Era el momento de perder la inocencia como siempre lo había querido hacer, con un adolescente y rodeado de la naturaleza. Era una fantasía a punto de volverse real, y la emoción me embargaba. Lo único que me recordaba que era real fue el saber que estaba pagando por ello.

Me acerqué a él y pude ver una lágrima solitaria en su mejilla, era una simple gota rodando por su rostro de niño pero a la vez era mucho más; era un signo de resignación a su destino como un hombre, otra confirmación de que mi fantasía se iba a cumplir y un recordatorio de que nadie podía saber lo que estaba por ocurrir. Quise saber a que sabía una lágrima con tales características, pero no pude hacerlo.

Después de ver por un rato mi victima, decidí que ya era tiempo de hacer lo que fui a hacer. Saqué del bolsillo mi fiel amiga, mi compañera en todo momento: mi amada navaja de bolsillo. Abrí la hoja y la apoyé en el pecho del joven, y con suavidad al principio fui cortando su piel.

La manera como un suave hilo de sangre fue saliendo del rastro de mi hoja me daba placer, ver ese color rojo oscuro en contraste con el blanco de su piel tan blanca era una obra de arte. Fui trazando una serie de símbolos en sus músculos del pecho y el abdomen, sus quejidos de dolor eran el origen de mi disfrute.

Transcurrido un buen rato, me detuve un rato para ver el torso ensangrentado del joven; caí en cuenta de lo sádico que era mi diversión a costa de otro ser humano, pero no me importó pues pocas veces me había sentido tan vivo o tan feliz. Le hablé de nuevo desde cuando le dije que cavara su propia tumba, literalmente, antes de comenzar con este proceso.

Le dije cuanto me estaba divirtiendo, y que era una lastima que pronto terminaría; que tal vez lo más sádico de todo el negocio que hicimos era que sus padres nunca se enterarían de lo que estaba haciendo por sus hermanos. El dinero se los iba a entregar de manera anónima y sin explicación, simplemente un paquete misterioso que llegaría a la puerta.

Tomé un cuchillo de cacería que siempre había estado a mi alcance, ya había hecho sufrir lo suficiente al pobre chamo de 16 años; era tiempo de librarlo de su miseria. Me paré a su lado, olí su sangre empezando a secarse en su piel y no aguanté la tentación; al mismo tiempo que hundía el cuchillo en su estomago, mordía su cara. El aullido de dolor me produjo un placer sólo comparable al del clímax sexual, sino es que fue mayor que este último.

Cuando el joven moría por mi mano. Desperté. Era todo parte de un sueño, pero placer que sentí es parte de lo que realmente soy. Eso dice la psicología, pero… ¿tiene razón la psicología? Temo cualquiera de las dos respuestas. Pero no niego que siento un sádico placer.

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