sábado, 12 de enero de 2008

Sweet little brother: envy

Dijo: “Te lo advertí que si le hacías sufrir, me iba a molestar. Ahora ves que era en serio, pero no te voy a dejar morir por ahora”. Haló un poco más la cuerda, separando el cuerpo del adolescente unos centímetros del piso; lo hizo lentamente para disfrutar de los crujidos de la cuerda y los músculos de su victima al tensarse y de los quejidos de dolor del joven.

Se dibujó una sonrisa en su rostro, estaba recordando la primera vez que había hecho sufrir de esa manera a un ser vivo. Conservaba las marcas donde le había mordido ese perro, pero este lo había pagado con creses por su osadía; le costó la vida. En ese momento lo impulsaba el deseo de venganza, ahora lo impulsaba el placer que le causaba el herir a una persona.

En un periodo de 4 años pasó de torturar animales, a hacerlo con las personas que él pensaba lo merecían; disfrutaba el herir a las personas y que nadie descubriera lo que estaba haciendo. Todos los anteriores fueron una dicha, pero nada le podía causar el placer que le proporcionaba el tenerlo a él en sus manos; que el poder hacerle daño a la persona que le estaba robando lo que más amaba y que además le se atrevió a hacerle daño a ella.

Volvió a su presente y a centrar su atención en Eric, un joven de 16 años, blanco, atlético, y pelo negro; ahora era este muchacho quien sería su juguete como tantos otros lo habían sido con anterioridad. Se acercó lentamente al cuerpo colgado, y con la daga japonesa que le regalara su hermana abrió la camisa del adolescente por la mitad. Pensó en las cosas del destino y de la vida, la daga tenía tallado un solitario kanji en el mango que significaba justicia; esta era la justicia del guerrero.

Ahora frente al torso desnudo del joven podría disfrutar mejor del momento en que los hombros se dislocaran producto de un tirón, además de ver los dibujos que hace la sangre al bajar cuando así lo quiera. Ahora tenía todo listo, empezaba para él la verdadera diversión y para Eric el dolor. Ya con todo listo, sólo quedaba quitarle la mordaza a su victima para poder comenzar, acto al que procedió.

Después de dos horas de diversión a costa del adolescente, donde había usado todas las herramientas que consiguió a su disposición, ya tenía a Eric al limite de su resistencia y pidiendo clemencia y perdón por unos crímenes que no cometió.

Rodrigo, con una mirada curiosa, vio los despojos humanos que ahora era el joven y dijo: “¿Piensas que no escuché sus quejidos? ¿Que no vi su sangre en las sabanas? Además si un niño de 11 años te pudo hacer esto eres un desperdicio de espacio y de aire, no te mereces estar con mi hermana”.

Acto seguido, con un ágil movimiento de la daga abrió el estomago del joven causándole una muerte agonizante. Limpió un poco el sitio y deposito los restos en una esquina. Se cambió de ropa y salió por el pasadizo secreto hacia su cuarto, mientras se preguntaba si algún día sus padres se enterarían que Vivian sobre un antiguo cuartel de la inquisición. Él con sus cortos once años ya conocía mejor la historia familiar que sus abuelos.

Su hermana entró al cuarto poco después que él lo hiciera, y le preguntó si sabía algo de Eric. Rodrigo contestó de manera natural, que “ya nunca más te va a hacer daño hermanita, no te volverá a molestar de nuevo amada mía”, la besó en los labios y salió tranquilamente del cuarto; dejando a su hermana de 15 años congelada por la sorpresa.

1 comentario:

Nale dijo...

Me encanta la manera tan oscura de escribir que tienes, casi romantico pero muy hermoso...

Saludos y abrazos...